lunes, 24 de octubre de 2011

Cotidiana 1: USBI





El sábado pasado tuve la oportunidad de conocer un ritual contemporáneo de iniciación practicado por los Scouts.




El ritual se llevaba a cabo en un puente de madera, debajo del cual afloraba un lago. Un hombre, sin duda el jefe, se encargaba de ordenar los movimientos del aspirante desde el área segura del puente. El aspirante, con los ojos vendados (castración?) debía seguir al pie de la letra las indicaciones el jefe, ya que dependía absolutamente de ello.

La idea manifiesta (lo habrán adivinado ya) era lograr que la aspirante atravesara el puente sin caer al lago. A un lado de la candidata se hallaba otro scout cerciorándose (espero) de la seguridad de la aspirante, pero sin manifestarse. En el puente contiguo, un par más de scouts filmaban la escena, me atrevo a suponer que fascinados por el goce proporcionado en la escena.


"El sádico lleva al otro a un punto límite que no tiene que ver con el dolor sino con la angustia" según un texto de Carmen Rebellón, que me facilitó un hermano jugarretero.

Qué es, en efecto, lo que devela al Sujeto más allá del Yo sino la angustia ante el goce del Otro? La perversión, al imponerle al otro su fantasma como condición de goce, lo escinde a través de la angustia... lo lleva al límite que bordea a lo Real... de ahí que Lacan considere que la angustia es el único afecto que no miente, ya que es la respuesta ante la emergencia de lo Real, es decir la barradura de la A, ya sea que se reniegue de ella, se le forcluya o se le reprima. La angustia es el resorte propulsor del mecanismo, y, consecuentemente, del deseo, que no es otra cosa que la respuesta ante la Ley y condición de la misma.


El scout que cuidaba que la aspirante no cayera, le invitó a continuar en la misma dirección, aún sabiendo que delante de ella se hallaba el vacío, (un peldaño inferior desconocido para la mujer)...


Cuando la mujer dirigió el pié hacia ese vacío gritó, o mejor dicho, fue su angustia la que gritó a través de ella. El jefe de la horda no pudo hacer menos que echarse a reír sardónicamente, mientras la aspirante reclamaba iróncamente ser presa del juego.


La angustia emerge ante la falta en el Otro. Ese es el vacío que la mujer halló donde esperaba hallar una continuación del camino que sostuviera sus pasos.


Lo asombroso de esta escena es que la mujer, aún presa de su angustia, no osó quitarse la venda de los ojos... aferrándose en cumplir con el imperativo dictado más allá de sí misma.


Masoquista? En el mismo artículo antes mencionado la autora sostiene que el verdadero perverso es el masoquista, ya que es él quien logra fungir como instrumento de goce del Otro. El sádico, por su parte, al imponerle su fantasma, también le impone su voz... lo cuál imposibilita la ecuación.


De esta manera, cabría preguntarse: en la escena propuesta, como un juego de espejos, que ejemplifica a la perfección la definición lacaniana de sadismo y masoquismo... en quién recae la perversión en realidad? En el jefe sádico que escinde al otro a través de la angustia? o en ese otro masoquista que, al asumirse como objeto, se posiciona como auténtica condición de goce del Otro?


+ Esta reflexión no corresponde a un mérito intelectual propio, sino al producto de la discusión con dos de mis hermanos, así como a las conclusiones que ya había logrado la autora.

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