viernes, 21 de octubre de 2011

Aprendizaje y disciplina

Ayer tuve el gusto de coincidir con una compañera que me inspira genuino aprecio. Lo único que tenemos en común es nuestro interés en terminar la carrera (estuve a punto de decir "ser psicólogos" pero creo que no es el caso.) Compartimos juntos una experiencia educativa precisamente relacionada con la educación, cuyo objetivo es estudiarla función del psicólogo en ese rubro.

Me reprochó irónicamente el no haber guardado silencio durante la exposición que realizaba (y hasta cierto punto tenía razón, ya que, dentro del equipo de trabajo en el que me encontraba no dejamos de reír mas que para tomar aire, obviamente como consecuencia de una corrosiva y cínica reflexión en relación al tema expuesto).

Lo que me invitó a escribir hoy fue precisamente su reproche, ya que, sin que se percatara, viene muy a cuento tanto con el tema como con el discurso ideológico implícito en la educación.

Su reproche fue: "Te portaste mal" :)

Me parece que respondí: Pero creo que notaste una reflexión profunda en relación al tema por parte de mi equipo.

En ese momento se interrumpió la conversación.

El argumento de mi amiga, obviamente, es sólo una consecuencia del discurso ideológico que sostiene la educación en México: educar = disciplinar

Eso no suena tan discordante, he incluso podríamos aventurar una teorización egocéntrica y ociosa acerca de las convergencias y divergencias implícitas entre estos dos términos, pero haciendo esto olvidaríamos algo aún más importante: la disciplina no implica aprendizaje, al menos en un sentido metacognitivo, que (se supone) es lo que se espera de un universitario.

La disciplina (ya había escrito algo semejante) está intimamente relacionada con la alienación a una ideología, y en este sentido, con la negación del sujeto y su deseo. Por qué me disciplino? Para no ser devorado por el otro?

El aprendizaje parte de este otro momento edípico (continuando la metáfora) que tiene que ver con el distanciamiento de esta primera alienación. El Sujeto, si bien se funda en la palabra, y es dicho por Otro, se posiciona de manera particular con respecto a esta palabra como función, a esta metáfora paterna. En la medida en que desde el Sujeto (je) deviene un yo (moi), este se construye en base a identificaciones que giran en torno al deseo del Sujeto.

La disciplina tiene que ver con el deseo del Otro.
El aprendizaje está relacionado con el deseo del Sujeto.

Mientras la institución sostenga una ideología disciplinaria cuya única meta es la dominación intelectual del hombre, no podrá cumplir su función reflexiva para el mismo.

Fomentar el aprendizaje implica cuestionarse por el deseo del otro. Intentar reconocerlo, aunque sea difusamente. El hombre sólo aprende en relación a su deseo, de otra manera, sólo será el depositario de información no significativa, lo cual lo reducirá a una sofisticada grabadora portátil.

El aprendizaje parte de la sublimación de nuestras pulsiones sádicas. Aprendemos porque cuestionamos al Otro, desde donde nuestra estructura nos permite, aunque obviamente siempre queda un remanente, un punto ciego incognoscible si no es a través del dispositivo analítico.

Aprendemos analizando, es decir, separando, fragmentando el objeto de conocimiento hasta sus mínimas posibilidades de existencia, desentrañamos un misterio (siempre el nuestro).

Así que no, no dejaré de reír en clase, ni de preguntar, ni de divertirme con este juego de espejos que sólo confirma la absoluta perpetuidad de mi ignorancia con respecto ese Otro que se empeña en dominarme, utilizándo a cada sujeto como un nuevo agente de dominación.

Las batallas más profundas del hombre siempre se libran en el campo del lenguaje, y a veces, hay que hacerlo estallar a carcajadas.

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