domingo, 19 de febrero de 2012

Acerca del mal




"De acuerdo con el lugar común ideológico tradicional, la inmortalidad está vinculada al bien y la mortalidad al mal: lo que nos hace buenos es la conciencia de la inmortalidad (de Dios, de nuestra alma, del impulso ético sublime...), mientras que la raíz del mal es la resignación a nuestra propia mortalidad (todos debemos morir, así que no importa, simplmente hazte con todo lo que puedas, satisface tus caprichos más oscuros...) Qué ocurriría, sin embargo, si diésemos la vuelta a este tópico y barajáramos la hipótesis de que la inmortalidad primordial es el mal: el mal es algo que amenaza con volver siempre, una dimensión espectral que sobrevive por arte de magia a su aniquilación física y continúa acechándonos. Por ello la victoria del bien sobre el mal es la capacidad de morir, (...) de encontrar la paz en la liberación de la obscena infinitud del mal".

Zizek.
Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales
Paidós 2009

Desangrándome

http://www.youtube.com/watch?v=DZutr6UMhmo&feature=related

domingo, 5 de febrero de 2012

De esas noches

Hoy es una de esas noches
en que quisiera arrojarme en un pozo sin fondo
callarme de veras
de esas en que mi sombra
me va quedando grande
de tanto andar a tientas
en la oscuridad


Hoy es una de esas noches
en que ni siquiera puedo escupir
una buena metáfora
y no me importa
precisamente porque es de esas noches
en que sólo valdría la pena morir
o masturbarse

Monstruos



La premisa que justifica esta entrada amerita una mayor extensión, que sin embargo, resulta innecesaria para quienes comprenden la naturaleza del pensamiento psicoanalítico.

Desde que el hombre existe como tal, tanto a nivel histórico como individual, se ha develado como una incesante interrogante para sí mismo. El psicoanálisis le dió la respuesta, y se volvió sordo.

Qué es un monstruo, sino un ser desviado de su función?

Cual es la naturaleza original del hombre, sino la del lenguaje.

La inscripción del hombre en el lenguaje lo arroja a las ominosas fauces de la pulsión de muerte. Esa cadena que pulsa, se repite.

El hombre es una contingencia sin una función predeterminada, y cuya unica dirección es otorgada por el significante. El lenguaje es la estrutura misma del ser.

Si existe una naturaleza esencial en el hombre se halla en este argumento.

El hombre es un monstruo repulsivo

miércoles, 1 de febrero de 2012

Cosmogonía del silencio

El silencio es un tumor cancerígeno que es preciso drenar de vez en cuando. Está alojado a tal proximidad del ser que extirparlo es una operación utópica. Se expande de un modo sigiloso, alimentándose subrepticiamente de promesas desbaratadas en la lejanía del horizonte, de viejas cicatrices que ladran su dolor en el invierno. Allí vemos al silencio amordazando cada lágrima que anega en la mirada. Descalabrando de un culatazo el grito de indignación que se eleva en nuestro joven torrente sanguíneo. Acuchillando nuestro vientre hambriento con diligente formalidad. Disecando metáforas con una antorcha de tungsteno. Domesticando nuestra propia muerte a cucharadas. Muerte dócil, dosificada. Espurio. Jubilando nuestra demente soledad, cuyo único júbilo, si es que tuvo alguno, fue crucificado en un formato de pensión.
El silencio no está diseñado para reventar. Su existencia, basada en la acumulación de sombrías remembranzas, responde a un orden mucho más superior, de características cósmicas. El silencio implota. Las estrellas, que constituyen su semejanza, son en el fondo tumores del malestar de la creación. La resaca del buen Dios. El silencio, fatigado de saberse, se devora a sí mismo con voracidad antropófaga, creando un espiral cuyos valores negativos sobrepasan las dimensiones ontológicas de la existencia. Nuestro errático rumbo se detiene. Incapaces de lanzar nuevamente los dados al tablero, cesamos.
Si es al lenguaje a quien debemos nuestro linaje humano, al silencio le debemos nuestro débil parentesco con los dioses.
Ya Cioran se anticipaba a este razonamiento, al afirmar que no hay nobleza sino en la negación de la existencia.
No existe hasta la fecha ninguna intervención capaz de drenar nuestro silencio por nosotros. Hasta ahora la Academia sólo ha sido capaz de alfabetizar nuestras heridas, lo cual es equivalente a saturarnos de morfina.
Existe una leyenda según la cual, cierto hombre logró arrancar de sus fauces el secreto radical de su naturaleza. La llamó Inconsciente.
Sus contemporáneos lo odiaron, lo amedrentaron, le vociferaron el pánico del siglo.
Inauguró a contracorriente un ceremonial para todos aquellos hombres cansados de morirse a perpetuidad. A aquellos que habían dado una dentellada ingenua a lo Real, les destrabó la quijada.
Incluso en esta época, que precisamente se caracteriza por su capacidad estridente, algunos hombres, en un destello de lucidez, gustan de desangrarse solitariamente, inspirados por esa leyenda, con el escalpelo acerado de su historia.