jueves, 11 de octubre de 2012

Lo horrible

Lo horrible Lo horrible es no saber ya que escribir ir vaciándose de besos y de voces fumar a deshoras hacer valer la chispa del insomnio Lo horrible es consumirse impunemente en la pira del tiempo para cegar la sombra que encarnamos relampagueante angustia fuego eterno Lo horrible es perpetuar era tras era el mismo desvarío sostener por semblante una quimera y por alma un vacío

lunes, 8 de octubre de 2012

El crepúsculo de los frívolos

Hace una semana establecí un contrato laboral con una relevante franquicia norteamericana que opera en la ciudad de Xalapa, y cuya sede radica en una plaza comercial que constituye por sí misma una referencia para la ciudad de las flores. En el contrato, yo, en calidad de ayudante general, asumía responsabilidades correlativas al título de mi puesto, por una jornada establecida de seis horas, por el módico salario de siete pesos con treinta centavos por hora laborada (los centavos son relativos). De aquí se descuenta vía nómina el pago por alimentación, pactado previamente con una empresa de la zona. Esto significa que. aún en caso de que decida negarme a alimentarme en esa sucursal previamente elegida pro el Otro, el descuento se efectúa. Mis compañeros son en su mayoría estudiantes, y, al igual que yo, aspiran una mejor calidad de vida. En este contexto, uno de ellos interpela a otro: Piensas quedarte aquí toda la vida? "No" - responde desdeñosamente el otro -. Este es el fantasma que recorre el diminuto espacio en el que nos desempeñamos:Es un "mientras tanto". Pregunté entonces, obviamente atraído por la conversación: "Sabes que la reforma laboral propuesta por el gabinete del presidente Calderón contempla, entre otras cosas, un sueldo aproximado de siete pesos por hora independientemente de tu profesión? Mi interlocutor se limitó a encogerse de hombros, lo cual fue interpretado por mí como: "el Otro se encargará, no es mi problema" (denegación mediante). Pregunté entonces a una compañera que nada había escuchado de la conversación narrada: "Sabes lo que es la plusvalía?" a lo cual respondió: "Algo relacionado con el dinero, con la ganancia, no sé muy bien". Terminando mi turno, un último compañero se dirige a mí con estas palabras: "Quisiera ser tú!" - refiriéndose a mi horario, ya que él tenía que cubrir dos horas más de producción a razón de siete pesos con centavos relativos por hora. Finalmente, en una casual conversación conjunta, emerge el clásico tema de la música, como una posibilidad imaginaria de establecer diferencias, rasgos narcisistas cuya única finalidad de fondo es salvaguardar una identidad ante la terrible alienación (en el sentido marxista) al endeble lugar ocupado en la línea de producción, ya que los puestos son rotativos, es decir, cada uno de nosotros es absolutamente reemplazable. En estas circunstancias, recurrí a un libro que hasta entonces no había tenido el coraje de leer: El Anticristo, de Nietzche, como un modo de resistencia a las condiciones en que me desempeñaba. Busqué un sitio, una vez terminado mi turno, dentro del mismo centro comercial, guiándome por un alegre y confortable piano, dispuesto a iniciar mi lectura. Hallé una bóveda celeste de tal perfección y un excelso pianista... ausente!! Francamente la sensación que me embargó no podría describirse de otro modo que ominosa, tomando el significante en el sentido propiamente freudiano. Qué clase de cultura es aquélla con la capacidad para prescindir del cielo? Qué clase de hombres capaces de gozar de un reproductor musical tan anticuado? Seria más franco un cuarteto de grises bocinas. A compás del pianista, a la par del crepúsculo moderadamente luminoso, Nietsche resplandece, tensa las menguas cuerdas de mi lucidez. Siendo él mismo un incendio, prescinde del cielo, aborrece a sus contemporáneos. Qué terribles romanos, que crucificaron a Dios! Que terribles cristianos, que eternizaron a Dios! Qué terribles nosotros, que osamos prescindir del cielo, haciendo de él una pálida equivalencia sólo congruente con un deseo domesticado, decadente, mezquino, posmoderno! Definitivamente, si Nietzche logró prescindir de un sitio en el cielo, fue en un sentido opuesto! En estas circunstancias, una hora con Nietzche resulta un privilegio. Es un verdadero placer pagar el precio de mi deseo!!.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Ordenador

Hoy me resulta complicado escribir a través de un ordenador. He afrontado paulatinamente la narcisista vacuidad de mi existencia. A través de la pérdida obtengo una ganancia. Poseo motivos relevantes para sentirme aterrado ante la idea de abandonar mi cualidad de estudiante. La pobreza, la muerte, el olvido, que progresivamente he consolidado entre mis más allegados amigos. Egreso para morir, exiliarme irreductiblemente en un mercado que no valora demasiado mi conocimiento, por constituir todo aquello que el capitalismo no quiere ver de si mismo. He apostado ciegamente a la estafa psicoanalítica. Aún me taladra la memoria un Dios misericordiosamente sangriento, ante el cual mi orgullo se arrodilla aterrado, sólo para traicionar el pacto divino en un pestañeo. Antes me era necesario justificar la nobleza de mis intenciones, la superioridad de mis metas. Ahora me limito a reconocer que, sencillamente, mi existencia gira alrededor del psicoanálisis, lo cual resulta una manera bastante sintomática de truncar mi camino en esta disciplina. Soy un maldito histérico que sólo Demanda neuróticamente la mirada del Otro al tiempo que, a un nivel consciente, se ufana en afrontar el arduo y espinoso camino del exilio. Me resultaba complicado escribir a través de un ordenador. Al parecer no sucede lo mismo con el Otro dentro de mí, que no cesa de afirmarse, que no conoce la renuncia, ni la pérdida, ni la muerte. Es un fastidio saber que sólo me queda un cigarro, quinientos pesos, con los cuales tengo que sortear el resto de la quincena, y máximo cincuenta años de vida. Tanto tiempo. Tan poco tiempo. Si tan sólo el inconsciente reconociera la medida de la muerte. Me pregunto, si es que Dios existe, cómo piensa juzgarnos? De qué manera es pertinente establecer un juicio axiológico en relación a nuestros actos, si la raíz de cada obra elevada del sujeto es tan sólo el reverso de sus más oscuras perversiones? Me aterra Dios, la muerte (por fin lo dije!!) el equívoco. El mundo se halla en franca decadencia. Asisto al final de los tiempos, al límite del goce imperialista, que sólo acierta ser destronado por un imperio aún más ominoso, resguardado bajo la mascarada ideológica del comunismo, siendo que el único rasgo en común entre los asiáticos corresponde a un registro imaginario (los ojos, que, a diferencia de occidente, parecen haber sido hechos en una línea de ensamble por el escalpelo de un cirujano hastiado). Mientras el nuevo orden mundial se fragua subrepticiamente entre los bastiones económicos de Oriente, el Tercer Mundo sigue doliéndose, como esa herida abuela de la humanidad que, aunque todos saben que agoniza y chochea, no amerita la compasión suficiente como para dedicarle la jornada en mimos y arrumacos, en humedecer sus labios agrietados, o separar al menos sus migajas de sus excrementos, ni la suficiente frialdad como para sugerir la eutanasia de esa milenaria desértica. Me resulta complicado escribir en un ordenador. La letra de molde me arrebata el goce narcisista de una caligrafía críptica y extravagante, en la cual la primera vocal es la mayoría de las veces un fruto abierto a la sombra de la erre, mientras que el trazo salta ante la alta y esbelta silueta de la ele, por ejemplo, sólo para sucumbir ante un vértigo voraz que revienta a plomo la elegancia de las elevadas letras. Hace poco un hombre cuya cabellera me resultó análoga a la del padre de la Independencia, (a propósito de las fiestas patrias), resolvió para mí un trivial enigma que todo lego ha albergado alguna vez en relación con el campo de la medicina: Por qué los médicos escriben “con las patas”? La lógica de su respuesta me resulta irrefutable: Ante cada diagnóstico existe un riesgo colateral de daño, de tal suerte que si el médico receta ese miligramo en el cual se agazapa la muerte, se le adjudican responsabilidades. De esta forma, la letra enmascara al sujeto. Por qué no pensar que el afán por la pésima caligrafía de parte de los médicos de la vieja escuela es correlativa a su deseo inconsciente de matar a sus pacientes? Dios salve a los médicos! Prefiero fumar ese maldito cigarrillo que lamentablemente se mojó bajo la lluvia, y jugar a morir para postergar mi definitiva, inexorable y aterradora muerte. Andrés David Roldán Ubando 18 septiembre de 2012

sábado, 28 de julio de 2012

Poesía 2009 2010

Génesis Primero fue el fuego La luz Incendio primo Ciego Descomunal chisporroteo Magma originario Borbotones incandescentes Chispas Lanzadas al precipicio Enfriados por la muerte Por la vida (Existencia partida en dos mitades) Lluvia de soledad Temporal de tristeza Somos el fuego sólido Vértigo En el pozo del tiempo Caemos Nuestras obras Son ecos Andrés David Roldán Ubando 27 – julio – 09 ---- 2:30 am [Palpitas tácitamente] Palpitas tácitamente En los ásperos muros De esta longeva casa Mutas en cotidianas Frívolas circunstancias Que gobiernan mi vida Tiempo que me devasta Con las mortales garras De las horas vacías Dinero que no alcanza Ciega, Absurda pelea) Metálica esperanza Calles en que transito Jornada de mil caras Que habitan viejos sitios Cruel insomnio maldito Tedio que me rebasa Y metamorfosea En un oscuro grito Puño hecho de palabras Que me estruja y golpea Ebrio afán inaudito De existencia, en aras De un destino infinito Como si a cada paso Que doy te disfrazaras De hambre Angustia Ocaso Justo ahora Desde el éter de tu ausencia llueves Blues de la selva La armónica paquidérmica barrita Bajo la lluvia rítmica del piano Su nostalgia selvática Exquisita La batería es un clamor que resucita Espasmódico habitante obtuso Huraño Con férrea vocación de dinamita Un requinto vibra y multiplica (lírico bejuco descarriado) su magia inextinguible e infinita Guiado por la cábala inaudita de un hechizo vocal inmaculado que en su afán se diluye y desgañita es el blues una alquimia que crepita entre criaturas, nubes y barrancos que estallan, se evaporan resucitan Andrés David Roldán Ubando 17 julio 09 4:52 pm Utopía Inútilmente fatigo mi conciencia Es imposible deshabitar el miedo La horrida certidumbre cruel Funesta De andar por el mundo esclavizado Ciego Al límite irreal de la demencia Martillan otra ciudad de un nuevo hierro Las manos de la rabia y la impotencia Fraguado en la carencia Ancestral fuego Gestando en la soledad de su destierro Una criatura parida en la indigencia Amamantada de exilio y excrementos De esta quimera en franca decadencia Más de este feto metálico y ardiente Deberá emerger una simiente Cual revancha decisiva efervescente Inmaculada Perfecta Transparente 18 julio 09

martes, 22 de mayo de 2012

jueves, 29 de marzo de 2012

Grafitti



"Somos sueños que esperan"

Acción poética

jueves, 22 de marzo de 2012

Breve ensayo del solitario.



Soledad es uno de los nombres con el cual designamos el efecto (afecto?) propio de nuestra posición narcisista en el mundo. Un solitario es siempre un inconforme, un exiliado, un proscrito. La soledad es, en última instancia, el reconocimiento con respecto a esa frontera infranqueable entre el yo y el otro más allá del espejismo en el cual se despliega el fenómeno imaginario de la comprensión empática. En efecto, la empatía responde muy bien al lugar que el yo (je) asume en el otro de acuerdo a sus propias coordenadas imaginarias, es decir, un lugar simétrico, y por lo tanto, equivalente.

La soledad es el efecto irreductible del significante primordial que funda al sujeto del inconsciente, privilegiado en la medida en que resulta exclusivo, en el sentido literal del término. El sitio que ocupa el sujeto ($) con respecto al Otro (A) no puede ser ocupado por ningún otro (a). Es en la medida en que el sujeto intenta satisfacer esa Demanda que encuentra las coordenadas necesarias para asumir su sitio en el mundo, es decir, para el Otro.

El verdadero solitario, del cual dió cuenta la literatura existencialista del siglo pasado, intuye muy acertadamente que sólo a él le corresponde responder a su Deseo. Lo que ignora es que, precisamente su deseo se plantea en términos delimitados por el Otro. La única compañía del solitario es su fantasma, ese faro que destella en un horizonte metonímico, condición paradókica de su naufragio.

Podría pensarse del solitario que, tras la báscula del deseo suscitada por el otro, gira sobre sí mismo, incesantemente, extraviándose en un laberinto fantasmático.

Del mismo modo que no hay represión sino retorno de lo reprimido, podría pensarse que no existe soledad sino el retorno a la soledad como reconocimiento a posteriori de la condición implícita de la existencia.

El solitario se asume incomprendido. Todo verdadero líder es en el fondo un solitario, en la medida en que inaugura nuevas coordenadas imposibles de asimilar por sus contemporáneos. He allí su carácter subversivo. Los líderes subvierten el sentido del discurso común, lo redimensionan, siendo el efecto de su creació valorado casi siempre por las generaciones posteriores, en una suerte de Nachtráglick

No es azaroso que se tilde a los líderes de locos, siendo también que en algunas culturas al delirio se le atribuía un carácter profético. Recordemos para este caso el Oráculo de los giregos.

El solitario establece un soliloquio con el Otro, del cual no entrega cuentas anadie, una buena razón para homologar la soledad a la sabiduría, siendo precisamente un supuesto saber, a menudo críptico. El verdadero sabio sabe que no sabe, haciendo de su ignorancia su propia respuesta al Otro, allí dónde todos se ofuscan incesantemente a una palabrería vacua.

El sabio, el profeta, el loco, son atravesados por un rasgo en comun: su carácter de exclusión con respecto a los otros, incapaces de asimilarlos en una sociedad que precisamente se caracteriza por la fragilidad de sus vínculos, en la medida en que se sustenta en una relación casi especular con respecto al otro. El solitario astilla los espejos, el profeta amenaza la frívola felicidad de su comunidad con su silencio, como el viento a una casa de naipes, volviéndose ominosos en la medida en que intenta una respuesta distinta al Otro.

El solitario es un irremediable, porque el remedio consiste en ser asimilado por el Otro, obturando su condición deseante, es decir, la posibilidad de reformular la Demanda del Otro como un deseo propio.

No existe un mejor ejemplo de este argumento que la ya trillada crítica a los fármacos psiquiátricos. Lo paradójico es que, precisamente aquellos indignados por la perversión de la ciencia como un instrumento de poder (y de goce) son los mismos que sucumben gustosamente a los placeres propios de la "normalidad", efecto de una ideología cuyo reverso es el eficaz funcionamiento del capital. No somos distintos de aquellos inquisidores dispuestos a incinerar a cualquier hereje que cuestionara nuestro estúpido modo de gozar.

La soledad consiste en una suerte de "narcisismo negativo", en la medida en que el solitario se instaura como diferente al otro, precisamente hace descansar su valor en la medida en que se distancía simbólica e imaginariamente del otro, su semejante.

El solitario deniega al otro, lo reconoce a partir de su negatividad con respecto a sí mismo. Para el solitario, el otro es el signo de lo que no es, con lo cual confirma a nivel inconsciente su similitud.

No hay mayor demostración de fraternidad en el hombr que su postura solitaria con respecto a sus semejantes.

13 de marzo de 2012

domingo, 19 de febrero de 2012

Acerca del mal




"De acuerdo con el lugar común ideológico tradicional, la inmortalidad está vinculada al bien y la mortalidad al mal: lo que nos hace buenos es la conciencia de la inmortalidad (de Dios, de nuestra alma, del impulso ético sublime...), mientras que la raíz del mal es la resignación a nuestra propia mortalidad (todos debemos morir, así que no importa, simplmente hazte con todo lo que puedas, satisface tus caprichos más oscuros...) Qué ocurriría, sin embargo, si diésemos la vuelta a este tópico y barajáramos la hipótesis de que la inmortalidad primordial es el mal: el mal es algo que amenaza con volver siempre, una dimensión espectral que sobrevive por arte de magia a su aniquilación física y continúa acechándonos. Por ello la victoria del bien sobre el mal es la capacidad de morir, (...) de encontrar la paz en la liberación de la obscena infinitud del mal".

Zizek.
Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales
Paidós 2009

Desangrándome

http://www.youtube.com/watch?v=DZutr6UMhmo&feature=related

domingo, 5 de febrero de 2012

De esas noches

Hoy es una de esas noches
en que quisiera arrojarme en un pozo sin fondo
callarme de veras
de esas en que mi sombra
me va quedando grande
de tanto andar a tientas
en la oscuridad


Hoy es una de esas noches
en que ni siquiera puedo escupir
una buena metáfora
y no me importa
precisamente porque es de esas noches
en que sólo valdría la pena morir
o masturbarse

Monstruos



La premisa que justifica esta entrada amerita una mayor extensión, que sin embargo, resulta innecesaria para quienes comprenden la naturaleza del pensamiento psicoanalítico.

Desde que el hombre existe como tal, tanto a nivel histórico como individual, se ha develado como una incesante interrogante para sí mismo. El psicoanálisis le dió la respuesta, y se volvió sordo.

Qué es un monstruo, sino un ser desviado de su función?

Cual es la naturaleza original del hombre, sino la del lenguaje.

La inscripción del hombre en el lenguaje lo arroja a las ominosas fauces de la pulsión de muerte. Esa cadena que pulsa, se repite.

El hombre es una contingencia sin una función predeterminada, y cuya unica dirección es otorgada por el significante. El lenguaje es la estrutura misma del ser.

Si existe una naturaleza esencial en el hombre se halla en este argumento.

El hombre es un monstruo repulsivo

miércoles, 1 de febrero de 2012

Cosmogonía del silencio

El silencio es un tumor cancerígeno que es preciso drenar de vez en cuando. Está alojado a tal proximidad del ser que extirparlo es una operación utópica. Se expande de un modo sigiloso, alimentándose subrepticiamente de promesas desbaratadas en la lejanía del horizonte, de viejas cicatrices que ladran su dolor en el invierno. Allí vemos al silencio amordazando cada lágrima que anega en la mirada. Descalabrando de un culatazo el grito de indignación que se eleva en nuestro joven torrente sanguíneo. Acuchillando nuestro vientre hambriento con diligente formalidad. Disecando metáforas con una antorcha de tungsteno. Domesticando nuestra propia muerte a cucharadas. Muerte dócil, dosificada. Espurio. Jubilando nuestra demente soledad, cuyo único júbilo, si es que tuvo alguno, fue crucificado en un formato de pensión.
El silencio no está diseñado para reventar. Su existencia, basada en la acumulación de sombrías remembranzas, responde a un orden mucho más superior, de características cósmicas. El silencio implota. Las estrellas, que constituyen su semejanza, son en el fondo tumores del malestar de la creación. La resaca del buen Dios. El silencio, fatigado de saberse, se devora a sí mismo con voracidad antropófaga, creando un espiral cuyos valores negativos sobrepasan las dimensiones ontológicas de la existencia. Nuestro errático rumbo se detiene. Incapaces de lanzar nuevamente los dados al tablero, cesamos.
Si es al lenguaje a quien debemos nuestro linaje humano, al silencio le debemos nuestro débil parentesco con los dioses.
Ya Cioran se anticipaba a este razonamiento, al afirmar que no hay nobleza sino en la negación de la existencia.
No existe hasta la fecha ninguna intervención capaz de drenar nuestro silencio por nosotros. Hasta ahora la Academia sólo ha sido capaz de alfabetizar nuestras heridas, lo cual es equivalente a saturarnos de morfina.
Existe una leyenda según la cual, cierto hombre logró arrancar de sus fauces el secreto radical de su naturaleza. La llamó Inconsciente.
Sus contemporáneos lo odiaron, lo amedrentaron, le vociferaron el pánico del siglo.
Inauguró a contracorriente un ceremonial para todos aquellos hombres cansados de morirse a perpetuidad. A aquellos que habían dado una dentellada ingenua a lo Real, les destrabó la quijada.
Incluso en esta época, que precisamente se caracteriza por su capacidad estridente, algunos hombres, en un destello de lucidez, gustan de desangrarse solitariamente, inspirados por esa leyenda, con el escalpelo acerado de su historia.

domingo, 29 de enero de 2012

Delirio.

Mis ojos arden. Habitamos el resquicio del tiempo en que morimos apenas sin saberlo.

Desvenamos el tiempo.

La noche es esa perra que ladra bajo la ventana, reclamando su sitio en la memoria.

La penumbra del hombre es el olvido.

Mi mirada es esa chispa que serpentea bajo la lluvia de la muerte.

Muerte sacra. Errante. Irracional. Mezquina.

Dolorosa en tu ausencia.

miércoles, 25 de enero de 2012

La red de Mickey Mouse

El texto transcrito a continuación corresponde a una ponencia no llevada a cabo, razón a la cual obedece su formato.

Se puede vislumbrar a partir de la perspectiva psicoanalítica un abordaje contemporáneo de los dos ejes que nos convocan a este recinto; la civilidad, es decir, el arte de la adecuada utilización del cuerpo, así como lo mundano, que es, desde esta perspectiva, el encuentro fantasmático, fallido a perpetuidad, del sujeto con el goce, anudados en un constructo cultural específico: las redes sociales, que constituyen un fenómeno mundano de carácter civilizatorio digno de ser observado desde una lectura psicoanalítica.
Una de las lecciones con las cuales Lacan asesta un severo bastonazo budista a los analistas del yo se halla en la lección “El análisis objetivado”, en el segundo seminario. En ella, Lacan advierte como los analistas, al enfocarse en el yo del sujeto, caen en la tentación de servir de referencia para la construcción de un nuevo yo. Lacan advierte que si el sujeto es capaz de aludir a esas imágenes, en las cuales radica la meta última de sus pulsiones, es gracias a la palabra, es decir, a la dimensión simbólica que posibilita su estructuración a través del discurso. El yo falla al decirse, se maldice. Lacan lo refiere, en última instancia, como un síntoma.
Manifestaciones “imaginarias” como el fenómeno suscitado por las redes sociales sólo son posibles bajo la estructuración simbólica posibilitada por el Otro. Es un error asumir que la sobreestimación de las imágenes por parte de este tipo de estructuras forcluye la dimensión simbólica que las sostiene. El direccionamiento de los discursos, dirigidos al otro (a´), se subordinan inconscientemente según la estructuración otorgada por el Otro, en cuyo reconocimiento hallan su verdadera finalidad.
Este planteamiento nos remite al estadio del espejo, de Lacan.
Si el niño es capaz de reconocerse jubilosamente en el espejo cóncavo esto solo se debe a su refracción anterior en el espejo plano. Según la metáfora lacaniana, es el espejo plano del lenguaje el que posibilita que el sujeto se reconozca en el otro, a partir de lo cual se constituirá el yo (je).
Las redes sociales constituyen una reminiscencia en relación al espejo en el cual hallamos al otro, nuestro semejante, a partir de una relación narcisista (toda identificación es narcisista) que, sin embargo, obedece al espejo plano del lenguaje, es decir, al Otro.
La amplia aceptación de nuestro contexto social a este tipo de manifestaciones podría pensarse más allá del principio de placer, como una compulsiva repetición de ese primer encuentro con el otro, esa significación que insiste fallidamente en ser develada por el sujeto. La pulsión de muerte no es otra cosa que la inauguración del registro simbólico del hombre, que, al situarse precisamente más allá del principio de placer, trasciende su registro imaginario.
El hombre ha hallado el espejo ideal en el cual cristalizar el narcisismo arrebatado por el Otro, precipitándose a un goce mundano, prioritario y efímero que, sin embargo, canoniza la Demanda del Otro, subordinando su cuerpo dentro de un discurso ideológico civilizatorio que obtura cualquier confrontación con lo Real.
En la medida en que el hombre es capaz de recuperar a través de un registro imaginario el narcisismo sacrificado a la cultura, halla un atajo que le ahorra gran parte del rodeo simbólico que le debe a sus ideales del yo. Los ideales que constituyen los vértices simbólicos del sujeto se diluyen en la medida en que éste perpetúa compulsivamente su amor en el espejo. No sólo existimos en la imagen, insistimos en ella. Migramos aterrados del desierto de lo Real.
Esa obturación de lo Real es ya señalada por Zizek, quien en su texto “Bienvenidos al desierto de lo Real” critica precisamente el carácter hedonista de la cultura occidental posmoderna. Bebemos café descafeinado, leche deslactosada, etc. forcluyendo progresivamente el núcleo duro de lo Real. Las redes sociales congelan la inercia implícita del discurso, la desfiguración propia de cualquier imagen atravesada, como nosotros, en tanto reales, de una dimensión temporal que denuncia nuestro encuentro inexorable con la muerte.
Nuevamente las palabras de Lacan emergen en esta encrucijada: “Hacen bien en saber que van a morir. De que otra forma podrían valorar su existencia?”
Lo que denuncia magistralmente el reinventor del psicoanálisis es precisamente la relevancia innegable que constituye lo Real, como contrapeso necesario al registro Imaginario y Simbòlico.
El éxito de las redes sociales radica precisamente en la relación narcisista que se establece a través de ellas.
Facebook es quizá la red social que representa de un modo evidente esta perspectiva. Precisamente la utilización estética de la imagen propia, siempre en primer plano, fractura implícitamente la relación dialéctica del hombre con su entorno, mismo que se ve reducido a un efímero escenario que garantice el protagonismo del sujeto, en el cual se esboza una pálida respuesta de este sujeto ante la Demanda Ideológica del Otro. La estética depende directamente de la ideología predominante (recordemos la evolución que ha tenido a lo largo de los siglos la figura de Cristo), y en este sentido, la ideología capitalista nos ha mostrado su capacidad para reducir tanto el entorno como el cuerpo mismo a un mero objeto de consumo. (Recordemos que Facebook es, originalmente, un proyecto de marketing).
Se trata, sirviéndonos de los significantes puestos ahí en juego, de gustar, degustar, ser degustado por el Otro. El sujeto nunca existe para sí, sino para el Otro. Hablamos para ser escuchados. La relación alienante establecida con las redes sociales sólo denota nuestra mundana necesidad de existencia a partir de un reconocimiento imaginario. El yo (moi) es, precisamente, el cúmulo de identificaciones imaginarias que el sujeto establece a lo largo de su historia.
Incluso en redes sociales en las cuales el fenómeno es menos evidente, es el yo (moi) el que se apodera del micrófono y chapotea gozosamente en el reconocimiento de su existencia. La finalidad de las redes sociales consiste en obturar imaginariamente las vicisitudes inherentes a la existencia.
Esto es lo que me atrevo a denominar el efecto “Mickey Mouse”, anticipando que debe su nombre a un chiste (afortunadamente esto es psicoanálisis):
“Mickey Mouse es tan agradable que todos olvidamos que se trata de una rata”
El neurótico es como esa rata que se afana en ganar el estatuto de Mickey Mouse. La rata, no en un sentido peyorativo, sino desde una perspectiva psicoanalítica, es una representación del sujeto. La condición existencial del neurótico es, precisamente, no querer saber nada acerca de la castración. El mal-estar en la cultura radica precisamente en esa sujeción al gran Otro, ante cuya Demanda nada puede hacerse, mas que ceder.
Paradójicamente, la posmodernidad ha subvertido el malestar original suscitado por la cultura, al menos a un nivel imaginario. Es el bienestar perpetuado por las redes sociales lo que devela la dimensión ominosa de nuestra cotidianeidad, petrificada a través de la imagen.
Zizek logra una lúcida crítica con respecto al efecto del ciberespacio en la búsqueda desaforada de goce por parte de las sociedades posmodernas. En su ensayo acerca de la película The Matrix, argumenta:
“La inmersión en el ciberespacio puede intensificar nuestras experiencias corporales (una nueva sensualidad, un nuevo cuerpo con más órganos, nuevos sexos...), pero también hace posible a la persona que manipula la maquinaria que controla el ciberespacio robarnos literalmente nuestros cuerpos (virtuales), despojándonos de nuestro control sobre ellos de tal manera que se rompa la relación con ellos como algo «que nos perte¬nece»”.
Es decir, que, al igual que en el estadio del espejo, en el cual el niño es capaz de concebir su cuerpo como una unidad mediado por el gran Otro, es a partir del Otro que logramos valorar nuestra imagen como estética dentro del espejo de las redes sociales. Sin embargo, lo que Mickey Mouse asume como propio, es precisamente la condición impuesta por el Otro a partir de la cual es capaz de asumirse excéntrico a su condición de rata.
El cuerpo, en tanto imagen, es despojado de su libertad en la medida en que se inscribe en una estructura que determina su valor estético, convirtiéndose en posesión absoluta del Otro.
En el mismo texto, Zizek puntualiza precisamente que en la metáfora planteada por el filme, se devela un discurso de carácter perverso, en la medida en que es la máquina, es decir, el Otro, el que necesita de los pequeños otros como meras fuentes de energía, razón por la cual es creada la Matrix. Es decir, que es el sujeto el que se posiciona como instrumento pasivo del goce del Otro. En el caso de las redes sociales, lo que el sujeto intenta no es realizar la Voluntad del Otro, sino su Demanda, logrando así de manera imaginaria escapar a la castración, sin embargo, existe la fantasía latente de posicionarse precisamente como Instrumentos del Goce del Otro. Toda fantasía, en tanto neurótica, es de carácter perverso. La imagen del cuerpo dentro de la estructura planteada por el Otro es reducida, en última instancia, a un mero fetiche que asegura imaginariamente el goce del Otro, mientras que el discurso realmente inconsciente radica en la sumisión obsesiva del sujeto a la Demanda del Otro. Precisamente porque el sujeto se halla inscrito bajo la Ley es que se posibilita en él el deseo. El sujeto tiene una relación particular con el goce porque ésta deriva de una posición determinada en relación a la Ley. El objeto a, extraviado inexorablemente, determina las coordenadas fantasmáticas del sujeto en el mundo. El neurótico goza según los parámetros impuestos por la Ley a la cual se halla sujeto. Cualquier otra posibilidad sólo existe al nivel de la fantasía, ya que su deseo es el cociente de la Ley.
En una famosa serie televisiva americana el menos de los hermanos, ante el evidente embarazo de su madre, despliega una serie de actos cuya única finalidad es recuperar el amor de esta, arrebatado por su futuro hermanito. Comienza a comportarse él mismo como un bebé. Esta es la génesis del deseo en el hombre. El sujeto intenta satisfacer la Demanda impuesta por el Otro.
Cuando la madre, fuera de quicio, le reprocha su mal comportamiento, éste responde:
No es justo! A medida que creces te asignan más responsabilidades y es más difícil satisfacer sus expectativas!
Obviamente, este sujeto aún no conoce Facebook. Qué mejor manera de escapar a la castración, es decir, evadir la circunstancia implícita en la inscripción dentro del lenguaje, que recuperando imaginariamente el amor narcisista arrebatado por este.
La gran Demanda posmoderna a partir de la cual se configura nuestro deseo se reduce a esto: Gozar y ser gozado, en tanto imagen, por el Otro, obturando lo Real del cuerpo.
Vattimo se refiere a la posmodernidad en los siguientes términos:
“Ahora que en la sociedad de consumo, la renovación continúa (de la vestimenta, de los utensilios, de los edificios), esta fisiológicamente exigida para asegurar la pura y simple renovación del sistema: la novedad nada tiene de “revolucionario” ni de perturbador, sino que es aquello que permite que las cosas marchen de la misma manera. Existe una especie de “inmovilidad de fondo en el mundo técnico que los escritores de ficción científica a menudo representaran como la reducción de toda experiencia de la realidad a una experiencia de imágenes. Nadie encuentra verdaderamente a otra persona, todo se ve en monitores televisivos que uno gobierna mientras está sentado en una habitación) y que se percibe de manera más realista en el silencio algodonado y climatizado en el que trabajan las computadoras”
Sin embargo, es precisamente el espejo lo que devela la agresividad implícita en la estructuración del sujeto. La imagen que el sujeto descubre siempre será motivo de competencia para él.
No nos permite esto pensar el fenómeno social posibilitado por el Facebook como una perpetua competencia entre dos sujetos que sólo se reconocen a través de una imagen, misma que es puesta en juego como un mero objeto de deseo dirigido al Otro?
La afinidad entre el nihilismo heiddeggeriano y el nietzscheano radica, según Vattimmo en la atribución a partir de la cual el término valor reduce al ser a valor, como valor de cambio.
“De manera que el nihilismo es ahí la reducción del ser a valor de cambio”. P.24,
“en la aceptación nietzscheana – heideggeriana, el nihilismo es la transformación del valor de uso en valor de cambio, No se trata de que el nihilismo sea que el ser esté en poder del sujeto, sino que el ser haya disuelto completamente en el discurrir del valor, en las transformaciones indefinidas de la equivalencia universal” p. 25

La posmodernidad sólo representa la ficción ominosa de libertad, bajo la cual se halla la dimensión simbólica del gran Otro que nos determina, en la medida en que los símbolos a partir de los cuales somos construidos provienen del Otro. La tesis de la cultura posmoderna en la cual nos hallamos inscritos radica precisamente en el arte de la simulación, a partir de la cual cotizamos nuestra imagen de manera análoga al mercado global, lo cual transforma nuestra cotidianeidad en una virtualidad tanto o más ominosa que la inminente confrontación con lo Real.

Es nuevamente Zizek quien denuncia esta virtualización de la libertad según la Demanda del Otro.
(…) públicamente simulamos ser libres mientras que en privado obedecemos. (…) somos víctimas de la autoridad precisamente cuando creemos que la hemos embaucado: la distancia cínica está vacía, nuestro verdadero lugar se encuentra en el ritual de la obediencia o, como lo expresó Kurt Vonnegut en su Madre Noche: ‘Somos lo que simulamos ser, de modo que debemos tener cuidado con lo que simulamos ser’.
Lacan, quien se articula perfectamente al contexto posmoderno actual, nos recuerda lo que Freud ya anticipaba con respecto al yo, a saber: que éste es excéntrico al sujeto. El yo pierde su estatuto privilegiado como amo y señor del universo psíquico del hombre. Si el yo existe, es como esa máscara que nos posibilita el acceso al baile. El sujeto, incluso, no existe sino como un shifter entre los significantes.
En una compilación anónima hallada en youtube se muestran las diez mejores fotografías halladas en Facebook. Se trata, nuevamente, de un chiste. Las fotografías muestran principalmente mujeres poco agraciadas en contextos ominosos, en la medida en que se hallan más cerca de lo Real. En la fotografía número uno hallamos a una mujer poco estética posando al lado de un retrete, en el cual se vislumbra aún excremento.
Esta mujer, sin saberlo, denuncia a través de su imagen todo aquello que el discurso estético ideológico reniega: Lo Real del cuerpo. Esta es incluso la razón por la cual logra el estatuto de chiste para los civilizados usuarios de esta red social: denuncia un retorno a lo Real del cuerpo que contradice precisamente la finalidad del Facebook.
Mickey Mouse enmudece… se eriza… muestra los colmillos… chilla.

martes, 17 de enero de 2012

Bio(i)logicismos

Es imposible plantearse la idea de un hombre que carezca del registro simbólico tal como lo planteaba Lacan. El símbolo es aquél horizonte otorgado por el Otro a través del cual el sujeto ocupará un lugar para el Deseo del Otro, intentando satisfacer su Demanda, en el caso del neurótico, o realizando su Voluntad, en el caso del perverso. Lacan es un cuenta cuentos seductor en cuyas historias resurgen verdades de proporciones míticas en la medida en que resucita el carácter subversivo del psicoanálisis freudiano. Massotta menciona en su libro: Lecciones introductorias al psicoanálisis Freud/Lacan, que, si tuviéramos que establecer una lectura estructurada de la obra freudiana, éste ordenamiento sería determinado por el uso (inconsciente?) que hace Freud del significante.

Resulta obvio que una de las lecturas predilectas de Lacan con respecto a la obra freudiana es Mas allá del principio de placer. Por qué?, precisamente porque Freud retorna en esa obra al carácter propiamente significante de su obra, que paulatinamente perdía vigor en la medida en que lidiaba por establecer el carácter dual de las pulsiones, o lo que él mismo llamaba, según Lacan, su "mitología".

La pulsión de muerte es precisamente lo que más tarde Lacan equipararía a esa insistencia simbólica, esa compulsiva repetición cuyo motor es el significante amordazdo, extraviado, que golpea sin cesar las paredes abigarradas del laberinto psíquico del hombre, remitiéndolo perpetuamente a su malestar.

Si el psicótico no es capaz de establecer un discurso del mismo modo que el neurótico, esto no se debe a su ausencia de símbolos, sino a que, para él, el espejo está roto. El psicótico lleva el símbolo al estatuto de real. Por eso la alucinación resulta literalmente aterradora. Lleva su objeto a en el bolsillo.

Un hombre sin símbolos es una utopía degenerada, y por demás, imposible.

Una mala lectura freudiana podría coquetear con la idea de los instintos como la base psíquica del hombre, y de ahí bien podríamos derivar en las "necesidades humanas". Lo Real, en efecto, se impone perpetuamente al hombre. Lo trasciende. Sin embargo, resulta ridículo suponer que éste se enfrentará sin más a ese Real, prescindiendo de las coordenadas simbólicas que lo sujetan al lenguaje.

Freud tenía ante sí dos posibilidades linguísticas para significar su mitología... instinto, (instinkt) y pulsión (trieb). Se decide por esta última, según la traducción de James Strachey.

El instinto tiene una meta determinada de antemano. Los salmones hacen el mismo viaje de manera invariable. La pulsión tiene una meta... imaginaria. Y que es la imagen sino la posibilidad de reconocimiento dada por el Otro, en la medida en que para hallar el espejo cóncavo dependemos directamente del espejo plano, que simboliza precisamente al Otro del lenguaje. La meta de la pulsión es contingente.

Equiparar al hombre a un mero amasijo de necesidades biológicas lo degrada a un plano Real del cual, en la vida cotidiana, siempre es excluido.

Me parece que el discurso biologicista en el cual se pretende inscribir al hombre, aún a costa del reconocimiento de su deseo corresponde a una ideología implícita degradante: Si el hombre es un animal, entonces es normal que se comporte como un animal. Las criticas que en su momento obturaron la divulgación de la teoría psicoanalítica por una sociedad victoriana que se horrorizaba ante la naturaleza sexual de sus niños, parecen enmudecer ante la constante tendencia de animalizar al hombre a través del más degradante hedonismo.

El hombre no se rige por necesidades, sino por deseos, y, por paradójico que resulte para los mojigatos defensores del yo, es precisamente gracias a su deseo que el hombre es capaz de elevarse por encima de sí mismo, en la medida en que este es la otra cara de la Ley. El hombre desea gracias al deseo del Otro. Reducir los discursos a un plano biologicista constituye implicitamente una progresiva (regresiva?) disolución de aquellos ideales del yo que posibilitan al hombre buscarse en el otro a través del símbolo, más allá de la rivalidad imaginaria promovida por el Otro posmoderno.