domingo, 29 de enero de 2012

Delirio.

Mis ojos arden. Habitamos el resquicio del tiempo en que morimos apenas sin saberlo.

Desvenamos el tiempo.

La noche es esa perra que ladra bajo la ventana, reclamando su sitio en la memoria.

La penumbra del hombre es el olvido.

Mi mirada es esa chispa que serpentea bajo la lluvia de la muerte.

Muerte sacra. Errante. Irracional. Mezquina.

Dolorosa en tu ausencia.

miércoles, 25 de enero de 2012

La red de Mickey Mouse

El texto transcrito a continuación corresponde a una ponencia no llevada a cabo, razón a la cual obedece su formato.

Se puede vislumbrar a partir de la perspectiva psicoanalítica un abordaje contemporáneo de los dos ejes que nos convocan a este recinto; la civilidad, es decir, el arte de la adecuada utilización del cuerpo, así como lo mundano, que es, desde esta perspectiva, el encuentro fantasmático, fallido a perpetuidad, del sujeto con el goce, anudados en un constructo cultural específico: las redes sociales, que constituyen un fenómeno mundano de carácter civilizatorio digno de ser observado desde una lectura psicoanalítica.
Una de las lecciones con las cuales Lacan asesta un severo bastonazo budista a los analistas del yo se halla en la lección “El análisis objetivado”, en el segundo seminario. En ella, Lacan advierte como los analistas, al enfocarse en el yo del sujeto, caen en la tentación de servir de referencia para la construcción de un nuevo yo. Lacan advierte que si el sujeto es capaz de aludir a esas imágenes, en las cuales radica la meta última de sus pulsiones, es gracias a la palabra, es decir, a la dimensión simbólica que posibilita su estructuración a través del discurso. El yo falla al decirse, se maldice. Lacan lo refiere, en última instancia, como un síntoma.
Manifestaciones “imaginarias” como el fenómeno suscitado por las redes sociales sólo son posibles bajo la estructuración simbólica posibilitada por el Otro. Es un error asumir que la sobreestimación de las imágenes por parte de este tipo de estructuras forcluye la dimensión simbólica que las sostiene. El direccionamiento de los discursos, dirigidos al otro (a´), se subordinan inconscientemente según la estructuración otorgada por el Otro, en cuyo reconocimiento hallan su verdadera finalidad.
Este planteamiento nos remite al estadio del espejo, de Lacan.
Si el niño es capaz de reconocerse jubilosamente en el espejo cóncavo esto solo se debe a su refracción anterior en el espejo plano. Según la metáfora lacaniana, es el espejo plano del lenguaje el que posibilita que el sujeto se reconozca en el otro, a partir de lo cual se constituirá el yo (je).
Las redes sociales constituyen una reminiscencia en relación al espejo en el cual hallamos al otro, nuestro semejante, a partir de una relación narcisista (toda identificación es narcisista) que, sin embargo, obedece al espejo plano del lenguaje, es decir, al Otro.
La amplia aceptación de nuestro contexto social a este tipo de manifestaciones podría pensarse más allá del principio de placer, como una compulsiva repetición de ese primer encuentro con el otro, esa significación que insiste fallidamente en ser develada por el sujeto. La pulsión de muerte no es otra cosa que la inauguración del registro simbólico del hombre, que, al situarse precisamente más allá del principio de placer, trasciende su registro imaginario.
El hombre ha hallado el espejo ideal en el cual cristalizar el narcisismo arrebatado por el Otro, precipitándose a un goce mundano, prioritario y efímero que, sin embargo, canoniza la Demanda del Otro, subordinando su cuerpo dentro de un discurso ideológico civilizatorio que obtura cualquier confrontación con lo Real.
En la medida en que el hombre es capaz de recuperar a través de un registro imaginario el narcisismo sacrificado a la cultura, halla un atajo que le ahorra gran parte del rodeo simbólico que le debe a sus ideales del yo. Los ideales que constituyen los vértices simbólicos del sujeto se diluyen en la medida en que éste perpetúa compulsivamente su amor en el espejo. No sólo existimos en la imagen, insistimos en ella. Migramos aterrados del desierto de lo Real.
Esa obturación de lo Real es ya señalada por Zizek, quien en su texto “Bienvenidos al desierto de lo Real” critica precisamente el carácter hedonista de la cultura occidental posmoderna. Bebemos café descafeinado, leche deslactosada, etc. forcluyendo progresivamente el núcleo duro de lo Real. Las redes sociales congelan la inercia implícita del discurso, la desfiguración propia de cualquier imagen atravesada, como nosotros, en tanto reales, de una dimensión temporal que denuncia nuestro encuentro inexorable con la muerte.
Nuevamente las palabras de Lacan emergen en esta encrucijada: “Hacen bien en saber que van a morir. De que otra forma podrían valorar su existencia?”
Lo que denuncia magistralmente el reinventor del psicoanálisis es precisamente la relevancia innegable que constituye lo Real, como contrapeso necesario al registro Imaginario y Simbòlico.
El éxito de las redes sociales radica precisamente en la relación narcisista que se establece a través de ellas.
Facebook es quizá la red social que representa de un modo evidente esta perspectiva. Precisamente la utilización estética de la imagen propia, siempre en primer plano, fractura implícitamente la relación dialéctica del hombre con su entorno, mismo que se ve reducido a un efímero escenario que garantice el protagonismo del sujeto, en el cual se esboza una pálida respuesta de este sujeto ante la Demanda Ideológica del Otro. La estética depende directamente de la ideología predominante (recordemos la evolución que ha tenido a lo largo de los siglos la figura de Cristo), y en este sentido, la ideología capitalista nos ha mostrado su capacidad para reducir tanto el entorno como el cuerpo mismo a un mero objeto de consumo. (Recordemos que Facebook es, originalmente, un proyecto de marketing).
Se trata, sirviéndonos de los significantes puestos ahí en juego, de gustar, degustar, ser degustado por el Otro. El sujeto nunca existe para sí, sino para el Otro. Hablamos para ser escuchados. La relación alienante establecida con las redes sociales sólo denota nuestra mundana necesidad de existencia a partir de un reconocimiento imaginario. El yo (moi) es, precisamente, el cúmulo de identificaciones imaginarias que el sujeto establece a lo largo de su historia.
Incluso en redes sociales en las cuales el fenómeno es menos evidente, es el yo (moi) el que se apodera del micrófono y chapotea gozosamente en el reconocimiento de su existencia. La finalidad de las redes sociales consiste en obturar imaginariamente las vicisitudes inherentes a la existencia.
Esto es lo que me atrevo a denominar el efecto “Mickey Mouse”, anticipando que debe su nombre a un chiste (afortunadamente esto es psicoanálisis):
“Mickey Mouse es tan agradable que todos olvidamos que se trata de una rata”
El neurótico es como esa rata que se afana en ganar el estatuto de Mickey Mouse. La rata, no en un sentido peyorativo, sino desde una perspectiva psicoanalítica, es una representación del sujeto. La condición existencial del neurótico es, precisamente, no querer saber nada acerca de la castración. El mal-estar en la cultura radica precisamente en esa sujeción al gran Otro, ante cuya Demanda nada puede hacerse, mas que ceder.
Paradójicamente, la posmodernidad ha subvertido el malestar original suscitado por la cultura, al menos a un nivel imaginario. Es el bienestar perpetuado por las redes sociales lo que devela la dimensión ominosa de nuestra cotidianeidad, petrificada a través de la imagen.
Zizek logra una lúcida crítica con respecto al efecto del ciberespacio en la búsqueda desaforada de goce por parte de las sociedades posmodernas. En su ensayo acerca de la película The Matrix, argumenta:
“La inmersión en el ciberespacio puede intensificar nuestras experiencias corporales (una nueva sensualidad, un nuevo cuerpo con más órganos, nuevos sexos...), pero también hace posible a la persona que manipula la maquinaria que controla el ciberespacio robarnos literalmente nuestros cuerpos (virtuales), despojándonos de nuestro control sobre ellos de tal manera que se rompa la relación con ellos como algo «que nos perte¬nece»”.
Es decir, que, al igual que en el estadio del espejo, en el cual el niño es capaz de concebir su cuerpo como una unidad mediado por el gran Otro, es a partir del Otro que logramos valorar nuestra imagen como estética dentro del espejo de las redes sociales. Sin embargo, lo que Mickey Mouse asume como propio, es precisamente la condición impuesta por el Otro a partir de la cual es capaz de asumirse excéntrico a su condición de rata.
El cuerpo, en tanto imagen, es despojado de su libertad en la medida en que se inscribe en una estructura que determina su valor estético, convirtiéndose en posesión absoluta del Otro.
En el mismo texto, Zizek puntualiza precisamente que en la metáfora planteada por el filme, se devela un discurso de carácter perverso, en la medida en que es la máquina, es decir, el Otro, el que necesita de los pequeños otros como meras fuentes de energía, razón por la cual es creada la Matrix. Es decir, que es el sujeto el que se posiciona como instrumento pasivo del goce del Otro. En el caso de las redes sociales, lo que el sujeto intenta no es realizar la Voluntad del Otro, sino su Demanda, logrando así de manera imaginaria escapar a la castración, sin embargo, existe la fantasía latente de posicionarse precisamente como Instrumentos del Goce del Otro. Toda fantasía, en tanto neurótica, es de carácter perverso. La imagen del cuerpo dentro de la estructura planteada por el Otro es reducida, en última instancia, a un mero fetiche que asegura imaginariamente el goce del Otro, mientras que el discurso realmente inconsciente radica en la sumisión obsesiva del sujeto a la Demanda del Otro. Precisamente porque el sujeto se halla inscrito bajo la Ley es que se posibilita en él el deseo. El sujeto tiene una relación particular con el goce porque ésta deriva de una posición determinada en relación a la Ley. El objeto a, extraviado inexorablemente, determina las coordenadas fantasmáticas del sujeto en el mundo. El neurótico goza según los parámetros impuestos por la Ley a la cual se halla sujeto. Cualquier otra posibilidad sólo existe al nivel de la fantasía, ya que su deseo es el cociente de la Ley.
En una famosa serie televisiva americana el menos de los hermanos, ante el evidente embarazo de su madre, despliega una serie de actos cuya única finalidad es recuperar el amor de esta, arrebatado por su futuro hermanito. Comienza a comportarse él mismo como un bebé. Esta es la génesis del deseo en el hombre. El sujeto intenta satisfacer la Demanda impuesta por el Otro.
Cuando la madre, fuera de quicio, le reprocha su mal comportamiento, éste responde:
No es justo! A medida que creces te asignan más responsabilidades y es más difícil satisfacer sus expectativas!
Obviamente, este sujeto aún no conoce Facebook. Qué mejor manera de escapar a la castración, es decir, evadir la circunstancia implícita en la inscripción dentro del lenguaje, que recuperando imaginariamente el amor narcisista arrebatado por este.
La gran Demanda posmoderna a partir de la cual se configura nuestro deseo se reduce a esto: Gozar y ser gozado, en tanto imagen, por el Otro, obturando lo Real del cuerpo.
Vattimo se refiere a la posmodernidad en los siguientes términos:
“Ahora que en la sociedad de consumo, la renovación continúa (de la vestimenta, de los utensilios, de los edificios), esta fisiológicamente exigida para asegurar la pura y simple renovación del sistema: la novedad nada tiene de “revolucionario” ni de perturbador, sino que es aquello que permite que las cosas marchen de la misma manera. Existe una especie de “inmovilidad de fondo en el mundo técnico que los escritores de ficción científica a menudo representaran como la reducción de toda experiencia de la realidad a una experiencia de imágenes. Nadie encuentra verdaderamente a otra persona, todo se ve en monitores televisivos que uno gobierna mientras está sentado en una habitación) y que se percibe de manera más realista en el silencio algodonado y climatizado en el que trabajan las computadoras”
Sin embargo, es precisamente el espejo lo que devela la agresividad implícita en la estructuración del sujeto. La imagen que el sujeto descubre siempre será motivo de competencia para él.
No nos permite esto pensar el fenómeno social posibilitado por el Facebook como una perpetua competencia entre dos sujetos que sólo se reconocen a través de una imagen, misma que es puesta en juego como un mero objeto de deseo dirigido al Otro?
La afinidad entre el nihilismo heiddeggeriano y el nietzscheano radica, según Vattimmo en la atribución a partir de la cual el término valor reduce al ser a valor, como valor de cambio.
“De manera que el nihilismo es ahí la reducción del ser a valor de cambio”. P.24,
“en la aceptación nietzscheana – heideggeriana, el nihilismo es la transformación del valor de uso en valor de cambio, No se trata de que el nihilismo sea que el ser esté en poder del sujeto, sino que el ser haya disuelto completamente en el discurrir del valor, en las transformaciones indefinidas de la equivalencia universal” p. 25

La posmodernidad sólo representa la ficción ominosa de libertad, bajo la cual se halla la dimensión simbólica del gran Otro que nos determina, en la medida en que los símbolos a partir de los cuales somos construidos provienen del Otro. La tesis de la cultura posmoderna en la cual nos hallamos inscritos radica precisamente en el arte de la simulación, a partir de la cual cotizamos nuestra imagen de manera análoga al mercado global, lo cual transforma nuestra cotidianeidad en una virtualidad tanto o más ominosa que la inminente confrontación con lo Real.

Es nuevamente Zizek quien denuncia esta virtualización de la libertad según la Demanda del Otro.
(…) públicamente simulamos ser libres mientras que en privado obedecemos. (…) somos víctimas de la autoridad precisamente cuando creemos que la hemos embaucado: la distancia cínica está vacía, nuestro verdadero lugar se encuentra en el ritual de la obediencia o, como lo expresó Kurt Vonnegut en su Madre Noche: ‘Somos lo que simulamos ser, de modo que debemos tener cuidado con lo que simulamos ser’.
Lacan, quien se articula perfectamente al contexto posmoderno actual, nos recuerda lo que Freud ya anticipaba con respecto al yo, a saber: que éste es excéntrico al sujeto. El yo pierde su estatuto privilegiado como amo y señor del universo psíquico del hombre. Si el yo existe, es como esa máscara que nos posibilita el acceso al baile. El sujeto, incluso, no existe sino como un shifter entre los significantes.
En una compilación anónima hallada en youtube se muestran las diez mejores fotografías halladas en Facebook. Se trata, nuevamente, de un chiste. Las fotografías muestran principalmente mujeres poco agraciadas en contextos ominosos, en la medida en que se hallan más cerca de lo Real. En la fotografía número uno hallamos a una mujer poco estética posando al lado de un retrete, en el cual se vislumbra aún excremento.
Esta mujer, sin saberlo, denuncia a través de su imagen todo aquello que el discurso estético ideológico reniega: Lo Real del cuerpo. Esta es incluso la razón por la cual logra el estatuto de chiste para los civilizados usuarios de esta red social: denuncia un retorno a lo Real del cuerpo que contradice precisamente la finalidad del Facebook.
Mickey Mouse enmudece… se eriza… muestra los colmillos… chilla.

martes, 17 de enero de 2012

Bio(i)logicismos

Es imposible plantearse la idea de un hombre que carezca del registro simbólico tal como lo planteaba Lacan. El símbolo es aquél horizonte otorgado por el Otro a través del cual el sujeto ocupará un lugar para el Deseo del Otro, intentando satisfacer su Demanda, en el caso del neurótico, o realizando su Voluntad, en el caso del perverso. Lacan es un cuenta cuentos seductor en cuyas historias resurgen verdades de proporciones míticas en la medida en que resucita el carácter subversivo del psicoanálisis freudiano. Massotta menciona en su libro: Lecciones introductorias al psicoanálisis Freud/Lacan, que, si tuviéramos que establecer una lectura estructurada de la obra freudiana, éste ordenamiento sería determinado por el uso (inconsciente?) que hace Freud del significante.

Resulta obvio que una de las lecturas predilectas de Lacan con respecto a la obra freudiana es Mas allá del principio de placer. Por qué?, precisamente porque Freud retorna en esa obra al carácter propiamente significante de su obra, que paulatinamente perdía vigor en la medida en que lidiaba por establecer el carácter dual de las pulsiones, o lo que él mismo llamaba, según Lacan, su "mitología".

La pulsión de muerte es precisamente lo que más tarde Lacan equipararía a esa insistencia simbólica, esa compulsiva repetición cuyo motor es el significante amordazdo, extraviado, que golpea sin cesar las paredes abigarradas del laberinto psíquico del hombre, remitiéndolo perpetuamente a su malestar.

Si el psicótico no es capaz de establecer un discurso del mismo modo que el neurótico, esto no se debe a su ausencia de símbolos, sino a que, para él, el espejo está roto. El psicótico lleva el símbolo al estatuto de real. Por eso la alucinación resulta literalmente aterradora. Lleva su objeto a en el bolsillo.

Un hombre sin símbolos es una utopía degenerada, y por demás, imposible.

Una mala lectura freudiana podría coquetear con la idea de los instintos como la base psíquica del hombre, y de ahí bien podríamos derivar en las "necesidades humanas". Lo Real, en efecto, se impone perpetuamente al hombre. Lo trasciende. Sin embargo, resulta ridículo suponer que éste se enfrentará sin más a ese Real, prescindiendo de las coordenadas simbólicas que lo sujetan al lenguaje.

Freud tenía ante sí dos posibilidades linguísticas para significar su mitología... instinto, (instinkt) y pulsión (trieb). Se decide por esta última, según la traducción de James Strachey.

El instinto tiene una meta determinada de antemano. Los salmones hacen el mismo viaje de manera invariable. La pulsión tiene una meta... imaginaria. Y que es la imagen sino la posibilidad de reconocimiento dada por el Otro, en la medida en que para hallar el espejo cóncavo dependemos directamente del espejo plano, que simboliza precisamente al Otro del lenguaje. La meta de la pulsión es contingente.

Equiparar al hombre a un mero amasijo de necesidades biológicas lo degrada a un plano Real del cual, en la vida cotidiana, siempre es excluido.

Me parece que el discurso biologicista en el cual se pretende inscribir al hombre, aún a costa del reconocimiento de su deseo corresponde a una ideología implícita degradante: Si el hombre es un animal, entonces es normal que se comporte como un animal. Las criticas que en su momento obturaron la divulgación de la teoría psicoanalítica por una sociedad victoriana que se horrorizaba ante la naturaleza sexual de sus niños, parecen enmudecer ante la constante tendencia de animalizar al hombre a través del más degradante hedonismo.

El hombre no se rige por necesidades, sino por deseos, y, por paradójico que resulte para los mojigatos defensores del yo, es precisamente gracias a su deseo que el hombre es capaz de elevarse por encima de sí mismo, en la medida en que este es la otra cara de la Ley. El hombre desea gracias al deseo del Otro. Reducir los discursos a un plano biologicista constituye implicitamente una progresiva (regresiva?) disolución de aquellos ideales del yo que posibilitan al hombre buscarse en el otro a través del símbolo, más allá de la rivalidad imaginaria promovida por el Otro posmoderno.