jueves, 29 de marzo de 2012

Grafitti



"Somos sueños que esperan"

Acción poética

jueves, 22 de marzo de 2012

Breve ensayo del solitario.



Soledad es uno de los nombres con el cual designamos el efecto (afecto?) propio de nuestra posición narcisista en el mundo. Un solitario es siempre un inconforme, un exiliado, un proscrito. La soledad es, en última instancia, el reconocimiento con respecto a esa frontera infranqueable entre el yo y el otro más allá del espejismo en el cual se despliega el fenómeno imaginario de la comprensión empática. En efecto, la empatía responde muy bien al lugar que el yo (je) asume en el otro de acuerdo a sus propias coordenadas imaginarias, es decir, un lugar simétrico, y por lo tanto, equivalente.

La soledad es el efecto irreductible del significante primordial que funda al sujeto del inconsciente, privilegiado en la medida en que resulta exclusivo, en el sentido literal del término. El sitio que ocupa el sujeto ($) con respecto al Otro (A) no puede ser ocupado por ningún otro (a). Es en la medida en que el sujeto intenta satisfacer esa Demanda que encuentra las coordenadas necesarias para asumir su sitio en el mundo, es decir, para el Otro.

El verdadero solitario, del cual dió cuenta la literatura existencialista del siglo pasado, intuye muy acertadamente que sólo a él le corresponde responder a su Deseo. Lo que ignora es que, precisamente su deseo se plantea en términos delimitados por el Otro. La única compañía del solitario es su fantasma, ese faro que destella en un horizonte metonímico, condición paradókica de su naufragio.

Podría pensarse del solitario que, tras la báscula del deseo suscitada por el otro, gira sobre sí mismo, incesantemente, extraviándose en un laberinto fantasmático.

Del mismo modo que no hay represión sino retorno de lo reprimido, podría pensarse que no existe soledad sino el retorno a la soledad como reconocimiento a posteriori de la condición implícita de la existencia.

El solitario se asume incomprendido. Todo verdadero líder es en el fondo un solitario, en la medida en que inaugura nuevas coordenadas imposibles de asimilar por sus contemporáneos. He allí su carácter subversivo. Los líderes subvierten el sentido del discurso común, lo redimensionan, siendo el efecto de su creació valorado casi siempre por las generaciones posteriores, en una suerte de Nachtráglick

No es azaroso que se tilde a los líderes de locos, siendo también que en algunas culturas al delirio se le atribuía un carácter profético. Recordemos para este caso el Oráculo de los giregos.

El solitario establece un soliloquio con el Otro, del cual no entrega cuentas anadie, una buena razón para homologar la soledad a la sabiduría, siendo precisamente un supuesto saber, a menudo críptico. El verdadero sabio sabe que no sabe, haciendo de su ignorancia su propia respuesta al Otro, allí dónde todos se ofuscan incesantemente a una palabrería vacua.

El sabio, el profeta, el loco, son atravesados por un rasgo en comun: su carácter de exclusión con respecto a los otros, incapaces de asimilarlos en una sociedad que precisamente se caracteriza por la fragilidad de sus vínculos, en la medida en que se sustenta en una relación casi especular con respecto al otro. El solitario astilla los espejos, el profeta amenaza la frívola felicidad de su comunidad con su silencio, como el viento a una casa de naipes, volviéndose ominosos en la medida en que intenta una respuesta distinta al Otro.

El solitario es un irremediable, porque el remedio consiste en ser asimilado por el Otro, obturando su condición deseante, es decir, la posibilidad de reformular la Demanda del Otro como un deseo propio.

No existe un mejor ejemplo de este argumento que la ya trillada crítica a los fármacos psiquiátricos. Lo paradójico es que, precisamente aquellos indignados por la perversión de la ciencia como un instrumento de poder (y de goce) son los mismos que sucumben gustosamente a los placeres propios de la "normalidad", efecto de una ideología cuyo reverso es el eficaz funcionamiento del capital. No somos distintos de aquellos inquisidores dispuestos a incinerar a cualquier hereje que cuestionara nuestro estúpido modo de gozar.

La soledad consiste en una suerte de "narcisismo negativo", en la medida en que el solitario se instaura como diferente al otro, precisamente hace descansar su valor en la medida en que se distancía simbólica e imaginariamente del otro, su semejante.

El solitario deniega al otro, lo reconoce a partir de su negatividad con respecto a sí mismo. Para el solitario, el otro es el signo de lo que no es, con lo cual confirma a nivel inconsciente su similitud.

No hay mayor demostración de fraternidad en el hombr que su postura solitaria con respecto a sus semejantes.

13 de marzo de 2012