miércoles, 19 de septiembre de 2012

Ordenador

Hoy me resulta complicado escribir a través de un ordenador. He afrontado paulatinamente la narcisista vacuidad de mi existencia. A través de la pérdida obtengo una ganancia. Poseo motivos relevantes para sentirme aterrado ante la idea de abandonar mi cualidad de estudiante. La pobreza, la muerte, el olvido, que progresivamente he consolidado entre mis más allegados amigos. Egreso para morir, exiliarme irreductiblemente en un mercado que no valora demasiado mi conocimiento, por constituir todo aquello que el capitalismo no quiere ver de si mismo. He apostado ciegamente a la estafa psicoanalítica. Aún me taladra la memoria un Dios misericordiosamente sangriento, ante el cual mi orgullo se arrodilla aterrado, sólo para traicionar el pacto divino en un pestañeo. Antes me era necesario justificar la nobleza de mis intenciones, la superioridad de mis metas. Ahora me limito a reconocer que, sencillamente, mi existencia gira alrededor del psicoanálisis, lo cual resulta una manera bastante sintomática de truncar mi camino en esta disciplina. Soy un maldito histérico que sólo Demanda neuróticamente la mirada del Otro al tiempo que, a un nivel consciente, se ufana en afrontar el arduo y espinoso camino del exilio. Me resultaba complicado escribir a través de un ordenador. Al parecer no sucede lo mismo con el Otro dentro de mí, que no cesa de afirmarse, que no conoce la renuncia, ni la pérdida, ni la muerte. Es un fastidio saber que sólo me queda un cigarro, quinientos pesos, con los cuales tengo que sortear el resto de la quincena, y máximo cincuenta años de vida. Tanto tiempo. Tan poco tiempo. Si tan sólo el inconsciente reconociera la medida de la muerte. Me pregunto, si es que Dios existe, cómo piensa juzgarnos? De qué manera es pertinente establecer un juicio axiológico en relación a nuestros actos, si la raíz de cada obra elevada del sujeto es tan sólo el reverso de sus más oscuras perversiones? Me aterra Dios, la muerte (por fin lo dije!!) el equívoco. El mundo se halla en franca decadencia. Asisto al final de los tiempos, al límite del goce imperialista, que sólo acierta ser destronado por un imperio aún más ominoso, resguardado bajo la mascarada ideológica del comunismo, siendo que el único rasgo en común entre los asiáticos corresponde a un registro imaginario (los ojos, que, a diferencia de occidente, parecen haber sido hechos en una línea de ensamble por el escalpelo de un cirujano hastiado). Mientras el nuevo orden mundial se fragua subrepticiamente entre los bastiones económicos de Oriente, el Tercer Mundo sigue doliéndose, como esa herida abuela de la humanidad que, aunque todos saben que agoniza y chochea, no amerita la compasión suficiente como para dedicarle la jornada en mimos y arrumacos, en humedecer sus labios agrietados, o separar al menos sus migajas de sus excrementos, ni la suficiente frialdad como para sugerir la eutanasia de esa milenaria desértica. Me resulta complicado escribir en un ordenador. La letra de molde me arrebata el goce narcisista de una caligrafía críptica y extravagante, en la cual la primera vocal es la mayoría de las veces un fruto abierto a la sombra de la erre, mientras que el trazo salta ante la alta y esbelta silueta de la ele, por ejemplo, sólo para sucumbir ante un vértigo voraz que revienta a plomo la elegancia de las elevadas letras. Hace poco un hombre cuya cabellera me resultó análoga a la del padre de la Independencia, (a propósito de las fiestas patrias), resolvió para mí un trivial enigma que todo lego ha albergado alguna vez en relación con el campo de la medicina: Por qué los médicos escriben “con las patas”? La lógica de su respuesta me resulta irrefutable: Ante cada diagnóstico existe un riesgo colateral de daño, de tal suerte que si el médico receta ese miligramo en el cual se agazapa la muerte, se le adjudican responsabilidades. De esta forma, la letra enmascara al sujeto. Por qué no pensar que el afán por la pésima caligrafía de parte de los médicos de la vieja escuela es correlativa a su deseo inconsciente de matar a sus pacientes? Dios salve a los médicos! Prefiero fumar ese maldito cigarrillo que lamentablemente se mojó bajo la lluvia, y jugar a morir para postergar mi definitiva, inexorable y aterradora muerte. Andrés David Roldán Ubando 18 septiembre de 2012