martes, 13 de diciembre de 2011

Signos

Hacía tiempo que el insomnio no me reventaba la mirada.
Mis pulmones son un par de pistones oxidados por el odio.
Tomo licor de café mientras trenzo estas palabras hacia ninguna parte, sólo porque la muerte me quema la garganta,
me degolla.
Vivir es extraviarse.
Naufragar inexorablemente en el horizonte inalcanzable del deseo.
Cada signo es designio,
finalidad,
destino.
Hacia dónde se dirige el hombre sino hacia la consolidación de su propia finitud?
En el instante en que escribo me abandono. Estas letras son un rastro de ceniza.
Soy un cigarro consumido por el tedio.
El hombre se instala en la muerte porque adquiere conciencia de sí mismo, se escinde en el espejo, se enajena. Se abandona al Otro. Se duele a perpetuidad.
Busca entre sus tinieblas la luz de una mirada, la cuerda vocal precisa de la cual aferarse. Sin embargo, es imposible escapar de esa ominosa obscuridad, porque constituye nuestra raíz.
Amar nos posibilita dialogar superficialmente con el odio que nos habita y nos consume. Amar es humillarse, reconocer en el otro la anhelada bengala, la coordenada fantasmática que permita posicionarnos ante nuestro propio deseo.
El amor es un juego de espejos;
un sublime suicidio.

Me basta con ser el verdugo de tu insomnio;
decapitar tu silencio;
decifrarte.

Tu mirada es el signo de mi herida.

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